de entre las muchas definiciones existentes sobre la política, como arte de buen gobierno o deseo de hacer posible lo que es necesario, así como de otras muchas, marcadamente voluntaristas y utópicas, no cabe duda que tanto la historia como la experiencia nos enseñan que la política, sin eufemismos ni buenos propósitos, es y se caracteriza por ser “la lucha por el poder”.
El poder es el gran foco de atención y atracción que inspira y domina toda la acción política.
Cuando se habla de la “erótica del poder” es porque, en efecto, seduce, obsesiona y fascina; por eso se desea con fruición y se pierde con dolor y afán de recuperarlo.
Decir que el poder corrompe es tanto como decir que el poder absoluto corrompe absolutamente y decir que el poder desgasta es desconocer que más desgasta al que no lo tiene y aspira a conseguirlo.
Todo lo anterior nos demuestra que el poder es una droga y, como todas, produce “adicción” y crea “dependencia”. Una vez probado el poder, nadie quiere abandonarlo o perderlo y, cuando esto ocurre, es difícil que se sustraiga a la tentación de recuperarlo.
Esa “atracción” y “retención” del poder nos permite distinguir las dos graves consecuencias que el deseo de alcanzarlo y el drama de perderlo, causan en todo político.
En relación con lo anterior, puede distinguirse, sucesivamente, la “crisis de ansiedad” y el “síndrome de abstinencia”.
La crisis de ansiedad se produce y agrava cuando se aspira, vehementemente, a alcanzar el poder y mientras ese objetivo no se logra; el síndrome de abstinencia, por el contrario, se siente o experimenta después de tener el poder y haberlo perdido.
Finalmente diremos que, además de la lucha por el poder, se da entre quienes lo logran, una autentica “lucha de poder” para disputar y ocupar los puestos y cargos de mayor influencia y capacidad de acción dentro del gobierno.
En definitiva, la droga del poder provoca, entre quienes la padecen, una falta o carencia difícil de curar o remediar.
De lo anterior se desprende que el don de la oportunidad debe ser una característica principal de todo político y que dicha condición consiste, no solo en saber “retirarse a tiempo”, sino también, en no pretender “reaparecer a destiempo”, pues, normalmente, nunca segundas partes fueron buenas y, además, el tiempo ni perdona ni pasa en vano. De ahí que muchas veces, la pérdida del sentido de la realidad, por parte de muchos políticos, demuestra lo inoportuno de su ansiada vuelta al poder.
En política nadie es providencial y el que piense que el tiempo no pasa en vano, cae en el vicio de la vanidad. A estos políticos debe recomendársele la frase del emperador estoico Marco Aurelio que dice “suprime tu fantasía; frena tus impulsos; apaga tus deseos; sé el dueño de tu conciencia”. Sólo así, el que deja o pierde el poder se libera de ser esclavo de sus impulsos y obseso de sus deseos.