Enorme y dolida bronca la que la diputada Ana Oramas dirigió al Gobierno sobre el drama que en Canarias se vive con motivo de la llegada masiva de inmigrantes irregulares a las islas. Fue en la última sesión de control al Ejecutivo. Habida cuenta de que la pregunta iba formulada en términos económicos, hubo de contestar la vicepresidente Calviño.
Pero como no podía ser de otra forma, la brillante parlamentaria canaria derivó de inmediato su intervención al terrible problema humanitario y social de las islas, donde en el peor momento de la historia tenemos –dijo- diecisiete mil inmigrantes africanos atrapados, colapsados los servicios de empleo con los nuevos ERTES y el nuevo paro y con el 62 por ciento de los jóvenes en el desempleo.
“Canarias es un polvorín, clamaba Oramas. Canarias es un volcán. Canarias es razón de Estado”, para a continuación pedir al presidente Sánchez, a la vicepresidente Carmen Calvo y a los Ministerios debidos soluciones urgentes. En su contestación, Calviño salió por donde pudo.
Mientras tanto, el titular de Interior, Grande-Marlaska, seguía impávido el debate desde el banco azul. Quiero suponer, no obstante, que la procesión le iba por dentro, ante lo escuchado y ante otra pregunta que se avecinaba y que ya le concernía directamente: la que habría de formular la contundente diputada gallega Ana Vázquez Blanco.
El ministro echó mano de la pandemia para justificar o explicar la presión migratoria en curso que también sufren los vecinos africanos y, cómo no, recurrió a la política que al respeto supuestamente habrían dejado de hacer los Gobiernos de Mariano Rajoy. “¿Por qué ahora estamos gastando en infraestructuras en Canarias?, se preguntó. “Porque ustedes las desmantelaron durante siete años”, se autocontestó displicente.
Con todo, se olvidó de que los gobiernos Sánchez, de los que él ha sido miembro desde el minuto uno, lleva dos años y medio al frente del país; tiempo más que suficiente para haber revertido las carencias más notorias. Ahora, pues, da la impresión de que en esto también se ha llegado tarde y mal; de forma un tanto descoordinada entre Interior, Exteriores y Defensa. Y no es que el enorme problema no se viera venir.
Por si fuera poco, ha entrado en escena Pablo Iglesias con su lata de gasolina; esto es, con una de sus frecuentes iniciativas para avivar fuegos que no le competen y que ahora se ha concretado en esa su propuesta de celebrar un referéndum en el Sáhara occidental. Lo hace además en el momento menos oportuno: cuando el Polisario acababa de romper el alto el fuego firmado por Marruecos y declarado el estado de guerra.
Que nada menos que un vicepresidente del Ejecutivo aliente la causa saharaui mina las acciones de la diplomacia española y enfurece soberanamente a Rabat, cuya colaboración es clave para el control de los cayucos que de un tiempo a esta parte desfilan camino del archipiélago.