" Pablo, tenemos doce días para ganar”. Así acabó el candidato socialista a la presidencia de la Comunidad madrileña su intervención en el debate electoral con los otros cinco candidatos, entre ellos, claro, Pablo Iglesias, que recibió satisfecho el patético llamamiento de Gabilondo. Quien, en un minuto, perdió sin duda miles de votos: había dicho anteriormente que él no quería pactar con ‘este’ Iglesias, tan extremista, y el miércoles por la noche, ante millones de telespectadores, no solo le tendía una mano, sino que se arrojaba en sus brazos, como el nadador que se ahoga se echa sobre el salvavidas.
En esos doce días que faltan para que los madrileños acudan a las urnas puede que las cosas, en lugar de mejorar, empeoren para Gabilondo. Y, por extensión, también para Pedro Sánchez. Y puede que muchas cosas varíen; aunque no precisamente en Madrid, donde lo más probable, hoy por hoy, es que se mantenga la misma presidenta que ahora, es decir, Isabel Díaz Ayuso. Lo que, si todo sigue el actual rumbo, mudará son otras cosas. ¿Ha cambiado Pablo Iglesias lo suficiente como para que Gabilondo haya podido retractarse de sus propósitos de no pactar con ‘este’ líder morado? Claro que no. Iglesias es como la fábula del escorpión: picar a la rana y hundirse ambos está en su carácter. Conozco algo a Gabilondo desde hace años e intuyo que debe andar desesperado, teniendo que ceder a ojos vista no solo en su promesa de no subir impuestos -lo que le valió un varapalo desde la mismísima Moncloa--, sino también en lo de la alianza con el ex vicepresidente, que es la figura más impopular de la política española.
Y la más contaminante: tengo para mí que no es improbable algún nuevo giro de trapecista de aquí al final de la campaña madrileña, por más que, en este cuarto de hora - lo comprobamos en el debate_, Iglesias quiera ofrecer la impresión de que está en ‘modo discreto’. Pero el escorpión es siempre escorpión: es su carácter. Y tampoco me extrañaría que, como dijo como de pasada Díaz Ayuso, el aún secretario general de Unidas Podemos ni siquiera recoja su acta de diputado a la Asamblea madrileña, si los resultados le son tan precarios como sugieren las encuestas, para adentrarse en los mundos de la televisión, que es lo que gusta a su temperamento ególatra.
Porque ahora Iglesias no está ya en el Gobierno central, ni se le espera. No hace falta estar en los secretos del ‘pedrismo-redondismo’ para percibir el suspiro de alivio, aún no apagado, por la marcha del inquieto fundador de Podemos y más aún por lo que se considera como una especie de suicidio político, perceptible en su campaña, alejada de los medios, desvaída, rencorosa. Obligar a Gabilondo a aliarse con ese cadáver ha sido, sin duda, una faena que Sánchez ha propiciado contra el sensato, soso, serio y ahora ya no tan fiable candidato socialista.
Así que, en estos doce días, La Moncloa tendrá que decirnos a los españoles cuánto va a cambiar España tras un 4 de mayo en el que el siempre exitoso Sánchez puede sufrir un varapalo personal, y de poco servirá que trate de decir que no era él el candidato. En el fondo, también lo era, como Arrimadas lo es más que Bal, Pablo Casado al menos tanto como Ayuso y Abascal mucho más que Monasterio: todos ellos se la juegan más que sus patrocinados. Gabilondo sin duda no percibió el alcance que iba a tener su grito de socorro “Pablo, tenemos doce días para ganar las elecciones”. Pocas veces en la Historia unas elecciones se han ganado en doce días. Y montado sobre el escorpión, aún menos.