Alberto San Juan –Madrid, 1968– protagoniza a las 20.00 horas de hoy en el Pazo da Cultura de Narón “Autorretrato de un joven capitalista español”, el monólogo que le permitió salir de una doble crisis, la financiera que explotó en 2008 y la que provocó la disolución de su compañía de siempre, Animalario.
Creó la obra en 2012, en un momento duro para usted...
La crisis económica de 2008 se hace evidente en España a partir del 2010 y es en 2012 cuando la experimento en mis carnes.
Coincide con la disolución de Animalario y entonces me vi sin la compañía en la que había trabajado desde mediados de los 90 y sin ninguna oferta para trabajar en cine o en televisión. Me vi sin trabajo y con deudas. Entonces pensé en crear algo que no necesitase ni un euro ni a nadie más, y de ahí surgió un monólogo contando mi experiencia partiendo de estas preguntas: ¿Qué ha pasado para que yo personalmente pierda esa posición social de quien no tiene que preocuparse por llenar la nevera o pagar el alquiler y qué ha pasado para que este país, que era una democracia próspera y estable, deje de serlo? ¿Ha dejado de serlo o es que no lo fue nunca realmente? ¿He perdido mi posición social o es que realmente nunca la tuve?
Traza, por tanto, un paralelismo entre su propia historia personal y la de su país...
Yo nací en los últimos años del franquismo y empiezo a tomar conciencia en la transición, es decir, culturalmente soy un hijo de la transición. ¿Con qué relatos me he criado yo y qué tienen de verdad y de mitos interesados? Es una reflexión, hecha con humor, sobre mi país a través de mi experiencia personal. “Autorretrato” fue lo que me dio de vivir durante varios años, y ya tiene casi diez. Es un espectáculo que está pendiente de actualización, pero todo pasa tan deprisa que es difícil... En hora y cuarto hablo del franquismo, la transición y la democracia postfranquista. Lamentablemente, creo que a nuestra democracia no se le puede quitar ese adjetivo porque todavía pesa mucho la sombra de ciertas formas de franquismo.
Transcurrido ese tiempo, la obra parece no pasar de moda...
No hemos salido de la crisis de 2008-2010 y se ha juntado con la pandemia. Estamos en una crisis fortísima social, cultural y ecológica, y creo que es esta tercera parte el contexto real: la sociedad, tal como hoy funciona, está viviendo sus últimos días. No podemos seguir funcionando así porque el planeta ya no da de sí. Que nuestro modelo actual está en crisis es una evidencia, pero el poder dominante se niega a cambiar de momento porque no encuentra el cómo sin perder beneficios.
¿Y en España?
Tenemos nuestra especificidad. Santiago Alba Rico plantea cómo hacer de este país un sitio donde nadie se sienta excluido, pero no lo conseguimos: España sigue siendo una idea excluyente que se utiliza de modo excluyente. Quienes más alzan la voz en defensa de España no plantean una comunidad que incluya a todos los habitantes de este territorio, sino una unidad con ese espíritu nacionalcatólico en el que hay que ser cristiano viejo y, si no, no tienes los mismo derechos. Eso es trasladable a hoy en día y es lo terrible. Fíjate en los discursos actuales: España como arma.
Tuvimos un momento de iluminación –el 15-M–, que iba a lo importante: cómo organizarnos para funcionar de una manera realmente democrática y justa, pero hoy, como resultado de la reacción del poder, la discusión se ha vuelto a oscurecer y volvemos a hablar de España en lugar de cómo convivir de una forma justa y en la que quepa todo el mundo.
¿La historia de España es decepcionante desde esa perspectiva?
Sobre España se cuentan muchas historias que no dejan de ser leyendas. Para empezar, que existía cuando en el siglo VIII llegan los árabes. España como proyecto nace con la unión de las Coronas de Castilla y Aragón y desde el principio es un proyecto excluyente, en el que hay que ser de una manera para tener plenos derechos. Hay que reformular la idea de España para que sea algo habitable para todos, y personalmente creo que el camino es una federación de repúblicas que podríamos llamar, por qué no, España, pero por otra parte pienso que es una estupidez estar hablando de una palabra cuando de lo que se trata es de que a nadie le falte educación, sanidad, vivienda, trabajo digno y posibilidad de participación política.
¿Hay tal crispación en Madrid?
Mucho. Se genera de manera interesada que aquí hay una guerra que en el fondo remite a la idea de que hay una España y una antiEspaña, gente que vive aquí pero que no es española de verdad y que, por lo tanto, hay que someterla. Es una idea colonial y excluyente, un permanente proyecto colonial basado en la derrota del contrario, pero es imposible extinguir al contrario porque el contrario eres tú mismo, es decir, ante esa posibilidad solo cabe el suicidio colectivo. Hay mucha crispación porque nuestros representantes políticos se manifiestan de forma muy exaltada y, cuanto más a la derecha, más exaltación. El ambiente crispado nace del Parlamento y de los medios, y de ahí llega a la calle. No es que la calle esté crispada: el recorrido es de arriba abajo. Y esto es terrible porque impide el diálogo, y sin diálogo no hay convivencia.
En un momento del monólogo habla de que está a favor de una sociedad más justa, pero sin renunciar a lo que tiene. ¿Es ese el gran triunfo del capitalismo?
Totalmente. El gran triunfo del capitalismo es la fantasía de la sociedad de propietarios. Esto lo hizo Thatcher, figura clave en la construcción de la sociedad neoliberal, con la vivienda social. Después de décadas de gobierno laborista, dio la oportunidad de comprarlas. Los que tenían un poco más, las compraron, y los que no, no. Y consiguió la división porque ya tenía gente suficiente que defendía la propiedad privada por encima de los derechos básicos. Quien pueda, adelante; quien no, que se joda y, además, es culpa suya. El pobre es el culpable de su pobreza; el ignorante, de su ignorancia. Y esa fantasía aquí la crea no un partido conservador, sino el PSOE, y no solo con una vivienda, sino con otra para vacaciones y otras dos para invertir. Se ha creado la cultura del “tú enriquécete” y las necesidades colectivas pasan a un segundo plano.
¿El sector cultural progresista está más señalado que nunca?
Por supuesto. Quien habla desde posiciones que se identifican con la izquierda se expone a algún tipo de castigo, como problemas para trabajar, denuncias e incluso cárcel, pero no ocurre lo mismo al revés. Hay miedo, sí, a pronunciarse públicamente porque como poco vas a recibir insultos.