La estupidez se ha convertido en el pensamiento hegemónico y avanza al galope en su objetivo inmediato de convertirse en normativa de obligado cumplimiento. En todos y cada uno de los aspectos y esferas, desde lo colectivo a lo más íntimo. Todo lo invade, todo lo arrasa, todo lo aplasta y a todos pretende imponernos su doctrinario. Su dictadura, como siempre hacen, la visten con otro nombre y nos dicen que es solo por nuestro bien y gusto. Pero es cada vez, y paso a paso, más opresiva, mas asfixiante y más liberticida. No solo es la libertad quien corre peligro sino que sobre la inteligencia empieza a pesar condena de destierro.
No somos en muchos casos conscientes de ello. Porque su imposición no ha sido de golpe y por las bravas, sino cachito a cachito y con engaño. Lo que hoy aceptamos como “normal” nos hubiera parecido hace muy poco, lo que es en verdad, una atrocidad intolerable, pero nos la hemos ido tragando por fases entre las que estuvo la primera que a esto que hoy sufrimos no llegaríamos nunca. Ahora es ya solo un punto en esa hoja de ruta , aunque por supuesto nos juran que allí jamás de los jamases llegaremos, cuya meta final es la granja orweliana.
Ya han conseguido la primera gran victoria. Según donde y de que cosas no nos atrevemos a expresar ni lo que sentimos ni lo que pensamos. Tenemos miedo de hacerlo por el repudio a que vamos a ser sometidos por los sacerdotes, el sanedrín inquisitorial de los “buenos” nuevos y sus inmensas terminales propagandísticas y coercitivas. Es un miedo cierto porque ejecuta a los disidentes sin piedad. Pero no enseña la cabeza cortada. En una portada de un libro recién publicado que reproduce un grabado de la época del guillotinamiento de Luis XVI y donde se mostraba al pueblo el despojo se ha hecho tal cual, borrarla. No es “correcto” enseñarlo. Ahora esas cosas no se hacen así. Es mejor, más eficaz y no produce tanta repulsa sino que incluso se aplaude el arrojar al reo a las tinieblas exteriores, silenciarlo, condenarlo al ostracismo, convertirlo en mudo y estigmatizarlo con todos los ismos que lo convierten en un apestado.
Somos mucho menos libres que lo éramos hace veinte años y lo seremos aún menos dentro de otros cinco. Para “adaptarnos” al medio tendremos por obligación que aceptar todos y cada uno de sus preceptos, que serán cada vez más represivos pero que toleraremos con cada vez menos resistencia, pues dosis a dosis ya nos habremos acostumbrado y hasta puede que nos parezca delicioso. La línea definitiva quedará trazada. En un lado los “buenos”, en el otro “los apestados”. Así que lo tengo claro, porque además puede que sea la última decisión en libertad que podrá tomarse. Me apunto a los “apestados”. Y pienso trasgredir del primero al último de los mandamientos de la “Progrecracia” empezando por no solo no reconocerles, como pretenden, superioridad moral ninguna sino, por el contrario, señalarles ciertas mermas y carencias cognitivas y un buen puñado de tachas éticas. OP0001 - OP - POL - OT6