ue venimos a esta tierra a pelear, no es novedad para nadie. La vida que nos venden como un auténtico regalo, está plagada de baches propios y ajenos que salpican de barro nuestras carrocerías y que nos obligan a circular por nuevas carreteras. Sin embargo, es en ese reciente deambular donde vamos forjando nuestra personalidad en base a los problemas por los que a cada cual le toque transitar y en función de las circunstancias que los envuelvan.
La existencia es un reto de supervivencia física, pero sobre todo emocional. El ir esquivando obstáculos, adaptándonos a las novedades, reinventándonos en base a lo aprendido y, sobre todo, el ser capaces de echarnos las miserias a la espalda y de transformar el dolor en fuerza motor; será el matiz clave para diferenciar a las personas felices en esencia de aquellas que no lo podrán ser nunca, tengan lo que tengan.
Las preocupaciones, contratiempos y problemas, nos obligan a participar en el juego de la vida, a pensar, a idear, a desear, a inventar, a esperar o a anhelar. Nos sacan de un plumazo del calor de hogar y de esa efímera sensación de tenerlo todo bajo control de la que unos pocos gozan casi todo el rato, mientras que la mayoría lo hace solamente de vez en cuando. Y he ahí donde tiene su origen el motor de la vida.
La fuerza que mueve el mundo radica en esos seres humanos reinventados que, abriendo sus abanicos, son capaces de multiplicar sus posibilidades personales. Seres nuevos a costa de una fuerza que ahorca y que los lleva inexorablemente a defenderse con una sonrisa, a atacar con el silencio y a vencer con la indiferencia. Armas que van utilizando a medida que se les abren frentes, ya sea impuestos por los demás o buscados por uno mismo.
Individuos que, como si de participantes en una partida de ajedrez se tratase, mueven sus piezas en el intento por la consecución de la victoria que cada cual se haya marcado y, lo hacen casi todos a la vez y protegidos únicamente por la intuición, los medios de los que cada cual disponga, o los diferentes tipos de inteligencia de las que uno goce.
Y, a veces, a pesar de dejarse la piel en la lucha, se ven abocados a comenzar de nuevo la partida con estrategias renovadas. Es entonces cuando vuelven a poner en práctica lo aprendido, pero conociendo el campo de batalla y el armamento del enemigo. Siendo muy conscientes de quien es uno y de quienes son los demás, por lo que el tiempo no ha sido perdido, sino utilizado en acercarnos un poco más al objetivo en cuestión.
Sea cual sea su guerra, no se rinda. Como decía Mario Benedetti, aún están a tiempo de comenzar de nuevo, de aceptar sus sombras, de enterrar sus miedos y de retomar el vuelo. Y, si me lo permiten, yo añadiría que tienen suerte de poder volver a intentarlo, no solamente porque ello significa que están vivos, sino porque a fuerza de pelear el objetivo, mayor será la satisfacción al lograrlo.
De trabajar por conseguir se trata la vida. Con diversas estrategias, caminos torcidos que luego se enderezan, o sorpresas inesperadas pero- sobre todo- valorando que en esa trayectoria aprendemos a ser personas, a ser mejores y a defendernos por medio de la indiferencia de los que pretenden complicar nuestra estrategia. Y, todo ello, sin dejar de mirar de reojo a un enemigo que está al acecho y sin prescindir nunca del estandarte protector que representa ese silencio que, por no decir nada, habla a gritos.
*Begoña Peñamaría es