Sentirse salvador del mundo es ahora algo facilísimo. Basta con apretar el “me gusta” del twitter o de comprar cualquier cosa que se anuncia como redentora de la humanidad en la televisión. O sea, tragarse lo que ahora ha de llamarse, porque el anuncio es español, un “spot” y, o dar un “clik” o un “link” o algo así en las redes.
Lo del salvamundos virtual, sea en lo del pajarito o cualquier otra escupidera o campo de apedreamiento similar, ha sido casi inherente a su nacimiento. Los plutócratas progrecráticos que los controlan, y con ellos a todos los demás, han hecho del asunto el meollo de su causa universal y obligatoria para toda la humanidad. El que se resiste es arrojado al infierno y la tiniebla exterior de lo caducado, en el mejor de los casos, o de la escoria sub-humana a excluir y exterminar, en el peor.
Esto no es ninguna novedad en el cosmos de internet. Lo empieza a ser, por su cada vez más acentuado dominio en la invasión del, todavía, medio de comunicación más masivo y donde, tras haber ganado ya la guerra opinática y de contenidos, ahora ya invade arrolladoramente sus espacios comerciales.
La plaga, o la bendición, según se vea, es que ya no hay anuncio, ni creativo ni gestor, ni empresa ni institución, que no lleve aparejado a su mensaje de cómpreme usted esto, en todas y diversas acepciones de comprar, que no incluya que con ese acto se está salvando al mundo. Como poco. Vamos, que el comprar un detergente o no es la línea por la que o eres de los que ahorra al planeta algo así como todo el volumen de agua de las cataratas del Iguazu, Victoria y Niagara juntas o, por el contrario, si lo rechazas serás el culpable de la desertificación y el secarral.
Y todos tal cual, cualquier cosa, sea comida, bebida, un coche, un perfume, un viaje, un zapato, una blusa, una casa, un mueble, un seguro, un banco, un barco, un autónomo o una multinacional tienen que llevar como moraleja añadida que lo que te venden es la solución de los males del planeta, del hambre de los niños, del amor a los animales, los vegetales y las lavas volcánicas, de la desigualdad, de la discriminación, de la pobreza y el antídoto milagroso contra la maldad universal. Si le haces caso, te sumas a la inmensa masa de catecúmenos que estará en el lado correcto, en la puerta y casi dentro del paraíso terrenal y te convertirás, de consumidor maligno, malvado, capitalista y depredador que antes eras, en un ser bueno, sostenible, solidario, responsable, generoso y progresista, claro. Progresista es la medalla y condecoración final.
¿Y si no?. Pues que eres un cabrón.