Dicen que la educación es esa formación destinada a desarrollar la capacidad intelectual, moral y afectiva de las personas de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen. Yo añadiría, además, que la buena educación es ese exponente que la eleva al cuadrado y que no hace su mayor hincapié en una inmejorable instrucción académica, sino en una excepcional formación humana que nos lleva a diferenciar a unas personas de otras.
Para ello, aprenderse el manual de las buenas maneras, a mi juicio, resulta completamente accesorio. Más allá de unos modales deslumbrantes que nos pueden llevar a resultar más agradables a la hora de llevar a cabo prácticas tan comunes como comer; estar bien educado tiene mucho que ver con la empatía hacia los demás, la paciencia y la prudencia.
Sin embargo, es en estas tres últimas características donde la educación se puede acabar convirtiendo en esclavitud, ya que a fuerza de contener el carácter propio en favor del respeto y la comprensión hacia los demás, es frecuente que uno pueda llegar a sentirse limitado dentro de sí mismo.
El autismo es, entre otras cosas, un obstáculo para entender la conducta de otras personas y de las emociones propias y ajenas. Una dificultad para comprender engaños, resolver problemas de forma planificada o afrontar situaciones nuevas. Es en definitiva y en gran parte una limitación emocional.
En mi opinión, una educación exquisita y basada en el cuidado absoluto de la paz y la concordia de nuestro entorno en detracto de nuestros deseos más profundos, puede lograr que nos sintamos un poco autistas emocionales. Las barreras que nosotros mismos nos marcamos construyen los muros de una prisión de la que resulta imposible escapar.
Para evitarlo es importante practicar la comunicación, intentar negociar posturas con tacto, despojarse de la timidez extrema y tratar de enriquecerse con el pensamiento ajeno. Quizás sea mejor ponerse morado una vez que colorado cincuenta y atreverse a decir aquello que nos molesta de nuestro entorno.
Pasar por alto ciertos detalles es importante para la realización personal de cada cual y para no estar todo el día en guerra con uno mismo y con los demás, pero no debemos permitir que el “enemigo” nos coma, porque en su aparente triunfo se escondería nuestro mayor fracaso.
Practicar la contención de forma continuada, ya sea por exigencia propia o por la fortaleza que sin pensarlo hayamos podido otorgarles a nuestros contrincantes, nos convierte en seres frustrados y superficiales.
Una sonrisa puede ser, quizás, la llave para decir sin dañar aquello que no aguantamos y por lo que no estamos dispuestos a pasar solo por el mero hecho de ser esclavos de una educación tan perfecta como mal entendida.
Es importante que no nos guardemos en el tintero aquello que nos cuesta tolerar y es definitivo que, al hacerlo, lo hagamos tal y cómo nos gustaría que nos lo hiciesen a nosotros… Y siempre con la seguridad de que tenemos derecho a exponer aquello que no nos gusta, del mismo modo que lo hacen aquellos que nos rodean.
*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora