En A Coruña ya no quedan camareros como los de antes

En A Coruña ya no quedan camareros como los de antes
La cafetería Manhattan hace del traje su santo y seña | Javier Alborés

Esa sentencia casi universal de ya nada es como antes, y sustitúyase nada por el término, ámbito o realidad a convenir, se ajusta especialmente a la realidad de muchos pormenores de la hostelería. Una de ellas es la vestimenta o dress code, que parece haber ido de la mano de los usos y la moda de sus clientes. Mientras en países como Italia, Francia o Portugal es habitual que el trabajador de la restauración todavía reciba a sus clientes de punta en blanco, o mejor dicho de negro traje, en A Coruña en particular, y España en general, se ha aliviado el protocolo del mismo modo que se han relajado los estrictos códigos sociales de antaño. 

 

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El Manhattan sigue fiel a la tradición | Javier Alborés


Pensar en elegancia, etiqueta y tradición en la hostelería coruñesa remite directamente a la plaza de Pontevedra y al Manhattan, donde uno se siente casi parte de una familia real o de cierto status social cuando se le inquiere por los pormenores de un café con un chaqué. Es la irrenunciable identidad a la que se mantiene fiel Antonio Taibo, propietario de un local que cumple 52 años de vida. “El Manhattan es tradición y lo que hago desde hace nueve años es seguir esa tradición familiar: se respeta una línea marcada y lo que hicimos siempre”, dice. “No nos hemos modernizado, pero sí actualizado un poco los colores, porque en nuestro caso la uniformidad es importante”, añade. Cada empleado tiene un uniforme y una muda: Pantalón negro, camisa blanca, chaleco negro y pajarita para la barra, mientras que para sala se exige chaqué negro. “La gente nos pide permiso para hacer fotos e incluso Zara ha hecho un reportaje de moda recientemente”, subraya orgulloso el propietario. 


Cocina 

Se hace más complicada la conciliación entre uniformidad y comodidad en locales en los que la cocina es el centro de la actividad. Defensor del dress code, pero comprensivo con sus trabajadores, Juan Rodríguez ha ido relajando la exigencia en Dinos y Mundial 82. “Me gasto mucho dinero al año en uniformes, porque da una imagen impresionante de seguridad”, explica. “Si entro en una cafetería y veo a todo el mundo uniformado me gusta, me da una tranquilidad para comer y beber tranquilo”, prosigue el hostelero, que en cambio lamenta que los empleados se hayan vuelto “pasotas” y se hayan ido “relajando con los años”. También ha abierto la mano en otro sentido. “No me gustan demasiado los tatuajes y los piercings, porque creo que el camarero debe estar limpio, pero lo llevan hasta policías y bomberos”, reconoce.


Gasthof, otro estandarte clásico de la uniformidad, ha rebajado la rigidez de su etiqueta, algo que sí sobrevive, en cambio, en O Petón. Según Héctor Cañete, presidente de la Asociación de Empresarios de Hostelería de A Coruña, se trata de ser un reflejo de la sociedad. “Se ha perdido a todos los niveles la etiqueta, porque está desaparecida hasta en política. El mayor problema que veo ahora es cuando se trabaja en cocinas y hay hombres y mujeres con diferente tipo de vestuario debido al calor”, sentencia.


Ocio nocturno 

Emilio Ron, gerente de varios locales de hostelería y ocio nocturno, se inclina más por un llamado ‘código de vestimenta’. “La rotación de personal que existe hoy en día hace muy complicada la uniformidad, pero me gusta una persona bien vestida dentro de la barra. Somos partidarios del uniforme clásico, pero está en desuso”, finaliza. Y es que, en la noche, muchas veces se trata de que el cliente se vea reflejado en la persona que le va a servir una copa. Y el traje solamente se desempolva en Fin de Año. E incluso en Nochevieja, para las generaciones que ya han tomado unas cuantas uvas, también se va perdiendo esa tradición con el paso de los años. 

En A Coruña ya no quedan camareros como los de antes

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