En los últimos tiempos, Monte Alto, en A Coruña, parece acaparar las noticias que giran en torno a la okupación, ese fenómeno que tantas molestias genera entre los vecinos, y que tan a menudo se relaciona con la droga. El último caso ha tenido lugar en la calle de Ángel Rebollo, donde un grupo de okupas ha sido expulsado de un bar en el que se habían instalado ilegalmente por una empresa especializada en estos casos, Desocupa 24 horas. En realidad, les llevó bastante más tiempo echarlos de allí: casi un mes.
No es, ni mucho menos, la primera vez que una empresa de desokupación actúa en Monte Alto. Aunque los mayores problemas con las apropiaciones de viviendas tienen lugar en el sur del país, en A Coruña no faltan ejemplos de okupaciones problemáticas. Sin embargo, el gerente de Desocupa 24 horas, Francisco Fernández, reconoce que este caso es distinto.
“Nunca nos habíamos encontrado algo así en A Coruña –reconoce–. Porque lo que ocurrió es que alquilaron el primer mes, y luego dejaron de pagar. Y nunca abrieron el bar”. En su línea de trabajo que en un 80% consiste en recuperar viviendas de inquilinos morosos, se encuentra a menudo con gente que solo paga el alquiler el primer mes y luego se convierte en okupa, pero es la primera vez que se encuentra con que ocurra en un bar.
Fernández está convencido de que nunca tuvieron la intención de abrir un negocio, que antes había sido un kebab. Los vecinos veían entrar y salir gente. Había dos o tres hombres y una mujer, que era la que había alquilado el establecimiento.
Sin embargo, los vecinos de Monte Alto no han llegado a denunciar que el antiguo bar se hubiera convertido en un punto de tráfico de drogas, aunque los sujetos llevaban allí desde septiembre del año pasado, tiempo más que suficiente para despertar sospechas y aunque los hombres que pernoctaban allí son conocidos en el barrio por moverse en un ambiente marginal. Desde Desocupa 24 horas reconocen este extremo, hablan tan solo de fiestas y de “gente rara”.
La propietaria del establecimiento intentó recuperarlo por las buenas. Luego su marido intercedió, pero viendo que no funcionaba, decidieron llamar a profesionales. Estos acudieron en varias ocasiones al local para hablar con la mujer hasta que la convencieron para que se marchara tras un mes de insistir.
Cuando entraron el bar, se lo encontraron lleno de basura por todas partes y de colchones. Fernández asegura que es muy habitual. “En algunos casos ni siquiera se podía entrar. Alguno parece que tenía el síndrome de Diógenes”, recuerda.
Hace años que la okupación no se limita a inmuebles ruinosos, o pisos abandonados. También los establecimientos que llevan mucho tiempo con la persiana echada son susceptibles de convertirse en un nuevo hogar para individuos marginales. Algunos de los casos que más ruido generaron se localizaron en Os Mallos: una panadería en la calle de Mariana Pineda o una antigua sede bancaria en Diego Delicado.
El caso de Ángel Rebollo es excepcional, aunque existen por la ciudad casos de otros bares okupados, estos simplemente fueron allanados. Para los dueños de estas propiedades, se trata de escoger entre un largo proceso judicial, que puede verse dilatado por los recursos y la parálisis judicial o una intervención fuera de los tribunales en un sector que sigue en alza.