Tener la droga a las puertas de casa resulta un martillo pilón para la paciencia de cualquier vecino y ésta acaba por colmarse más pronto que tarde. Es el caso de los residentes en un edificio situado entre la calle Vizcaya y la ronda de Nelle, donde el hecho de que en ocasiones mirasen para otra parte o se hiciesen los locos con el tránsito de compradores y la actividad ‘comercial’ parecen haber incentivado el ritmo de la misma. La situación se ha hecho tan desagradable e insostenible que quienes ven a los toxicómanos en su portal a cada momento han decidido alzar la voz y solicitar una medida de ayuda. No es por ellos, sino por el ambiente en el que no quieren que crezcan sus propios hijos.
Las características propias de la actividad, ya destructiva de por sí, obligan a mantener cierto anonimato sobre la localización concreta así como sobre posibles represalias por dar la cara o testimonio sobre la misma. Sin embargo, resulta difícil no entender con pocos detalles cuando un día a día se describe así: “Da igual la hora del día, da igual que sea a plena luz o de madrugada, lo peor de todo es que no vivo tranquila porque en esta zona viven muchos niños y yo tengo también un hijo, me preocupa que pase algo todavía más grave”, indica una de las personas que tiene registradas en su teléfono y en su rostro los mismos rostros y las mismas visitas fugaces día sí y día también.
No se trata ni mucho menos de arrojar luz sobre un problema desconodido. Precisamente de ahí viene lo más frustrante del asunto: existe un expediente abierto en el juzgado y la localización es sobradamente conocida por la Policía Nacional, pero la capacidad de maniobra es muy limitada. “La Policía está al tanto y pasan patrullas de vez en cuando, pero nos dicen que no pueden hacer nada, salvo alguna redada, porque no se trata de okupas”, subraya una inquilina próxima. Es en esa definición donde surge la teoría que convierte el asunto en un bucle interminable: si solamente la opción de redadas es porque no hay ningún allanamiento y, por lo tanto, según los vecinos, la propiedad está al tanto de loa actividad.
Fuentes policiales confirman prácticamente el mismo relato de los vecinos: es habitual que se desplacen hasta ese punto y su capacidad operativa se limita a la búsqueda de estupefacientes si existen indicios de la presencia de los mismos.
Sin embargo, no siempre resulta sencillo detectar la actividad in fraganti. El modus operandi también se lo saben de memoria los vecinos. “Es estar en el salón y escuchar el contenedor cada dos por tres: emiten silbidos y gritos para llamar la atención y comunicarse”, finalizan unos vecinos hartos de vivir en un supermercado de droga.