Palavea está de enhorabuena. Este pequeño barrio periférico lleva años soportando los problemas derivados de una promoción abandonada que ha atraído en este tiempo a camellos, okupas o vándalos. Esto ha enturbiado la convivencia de una comunidad tranquila, prácticamente un pueblo a las puertas de la ciudad. Por eso la asociación de vecinos “Os nosos lares” apenas se lo podía creer cuando vio a operarios instalando las puertas de seguridad que impedirán nuevas intrusiones. Es el punto y final de los problemas generados por los edificios a los que alcanzó el estallido de la burbuja del ladrillo cuando se encontraban en plena construcción.
Álvaro Pérez, presidente de la asociación, reconoció sentirse muy satisfecho: “Hace un mes o así, los promotores se pusieron en contacto con nosotros para anunciarnos que iban a retomar las obras”. Estas habían quedado paralizadas hace años, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008. En 2011, se detuvieron los trabajos y el promotor huyó a Sudamérica. La propiedad acabó requisada y el guardia de seguridad que la vigilaba se fue, dejándola indefensa
La situación se fue degradando lentamente. Primero aparecieron los ladrones de cobre, que arrancaron todo el metal de las paredes. Después llegaron los jóvenes que curioseaban en las viviendas, llenándolas de grafitis. Luego le tocó el turno a los camellos. Y, por último, a los okupas, que llegaron a generar problemas con vecinos en los años 2020 y2021, donde se vivieron altercados violentos, como recuerdan desde la asociación.
En todo este tiempo se han registrado numerosos incendios y también inundaciones que han obligado a actuar a los Bomberos, así como un incidente de violencia de género, en abril de este mismo año, cuando detuvieron a un joven por presuntamente pegar fuego al edificio donde se encontraba su pareja, una menor con la que había mantenido una discusión.
Los vecinos estaban hartos, pero la solución era difícil porque, para empezar, el llamado banco malo, la Sareb, no era dueño del edificio, sino de una parte de la deuda. El asunto se eternizó en los tribunales, y aquellos que habían pagado un adelanto por las casas descubrieron allí que no lo recuperarían nunca porque no habían pedido ninguna garantía legal. El Ayuntamiento se planteó al idea de adquirir el edificio, o que se lo cedieran, para dedicarlo a viviendas de protección social, pero la idea no prosperó. La promoción de Epamar parecía un problema insoluble.
Los nuevos promotores tuvieron la deferencia de avisar a los vecinos de sus intenciones. Incluso les explicaron el proyecto que están llevando a cabo. Obviamente, arreglar las viviendas llevará muchos meses de trabajo, porque hay que reparar los daños provocados por el abandono y el vandalismo.
Se trata de más de cincuenta pisos distribuidos en varios portales de la calle de Padre Busto y por otro lado, en el Lugar de Palavea la Vieja. De tres alturas y con garaje, son los edificios de más reciente construcción en el barrio pero se han convertido en el principal problema en los últimos años. La asociación ‘Os nosos lares’ ha solicitado a menudo tanto la ayuda del Gobierno local como de los grupos de la oposición y el problema de Epamar ha llegado a figurar en el orden del día de más de un pleno, sin que eso se tradujera en una solución. El edificio seguía siendo de propiedad privada, y eso limitaba la actuación municipal, que no podían tapiarla por su cuenta, más que en caso de emergencia.
Al final, ha sido la nueva promotora la que ha puesto un punto y final al calvario que sufrían los vecinos, que aprovecharon para agradecer la actuación de las otras instituciones a lo largo de estos años: tanto Policía Nacional como Bomberos, sin olvidar la Concejalía de Bienestar Social. “A responsabilidade que asume a nova propiedade e os plans do espacio restaurando o seus usos orixinais non poden ser mellor noticia para o noso barrio despois de moitos anos de activo papel da Asociación para resolver este complexo problema”, señala desde la asociación.
La de Epamar es la última gran promoción abandonada de la ciudad, y este momento marca un hito en su historia inmobiliaria. No hay que olvidar que este año también ha visto el final de otro problema parecido, el de la urbanización de A Fontenova, en los números 380 y 376 de la avenida de Finisterre. Al igual que ocurrió con Epamar, le alcanzó de lleno el estallido de la burbuja inmobiliaria: nada menos que dos edificios de 134 pisos y uno de ellos, prácticamente terminado, aunque el otro es solo un esqueleto.
Las obras comenzaron en diciembre del año pasado, y en ellas la Sareb ha invertido más de 2,6 millones de euros. En este “activo”, como lo denominan, se están llevando a cabo distintos trabajos. Por un lado, era necesario su adecuación por falta de uso y mantenimiento. Además, había que reponer todo lo robado. “Se llevan hasta los sanitarios”, comentan. El edificio de Epamar puede ser más pequeño, pero ha sido más conflictivo.