El concepto de pub es tan ecléctico que si cada cliente tuviera que diseñar el suyo apenas habría dos iguales. La única condición común a todos ellos es como solían ser conocidos en tiempos pretéritos: “Bares de copas”. Sin embargo, el concepto de “experiencia” tan necesario en el mundo de la story y el post ha provocado curiosamente una vuelta a los orígenes y una cierta internacionalización. No solamente son espacios para beber y bailar, sino también lugares para pasárselo bien, que en muchos casos los convierten en áreas de juegos en las que cada vez cobran más protagonismo el billar, el futbolín o los dardos, máquinas de toda la vida que parecen vivir una segunda juventud.
Quizás sea un producto de la globalización o la internacionalización de la ciudad, pues para un americano o un británico resulta difícil imaginar un pub sin una gran mesa de billar en el centro. Nada que no haya sido objeto de mil escenas de cine con la lámpara de Bud Light o Coors encima. Pero lo cierto es que muchos hosteleros han detectado la llegada de clientes que buscan a propósito espacios donde echar un buen ‘pique’ en pandilla.
En la zona de Riazor el mejor ejemplo es el Acople, un espacio intergeneracional y transversal donde los desconocidos tardan dos partidos en hacerse amigos íntimos. Según Fernando, su sempiterno dueño, pocos elementos hacen más por el buenrollismo. “Al hostelero le conviene el futbolín por tener un elemento de chiste y que la gente se anime”, explica. “A la gente le atrae, le llama la atención. Por ejemplo, los juegos de mesa se están acabando y es algo que une a los clientes, hace amigos y es muy bonito, cuando no conoces a alguien de nada decirle: ‘¿Me echas una partida?’”.
Algo semejante sucede con uno de los templos heavy de la ciudad, el Black Widow de Panaderas. Al fondo del local, más allá de las pantallas, conciertos épicos y cabalgadas por el mástil en forma de ‘air guitar’, la máquina de futbolín funciona más que la de hielos. “Son más de 1.000 partidas al mes e incluso hay gente que viene a entrenar para campeonatos. Lo tenemos a pleno rendimiento desde la tarde hasta que cerramos a las 07.00 horas”, dice Javi Gordon, su propietario.
Entre la Rúa Nueva y la calle del Orzán Pedro Otero ha hecho del Tío Ovidio uno de esos espacios capaces de adaptarse al café de la tarde o a la copa de madrugada, con buena música, coctelería y camaradería.
Experto jugador de dardos y de billar, cada vez comprueba cómo más gente entra a tiro fijo. “Llegan a la puerta y, si ven la máquina de dardos ocupada, se van”, subraya. “Están todo el rato en funcionamiento y es un ambiente muy sano, siempre ha sido así. Cuando tenía equipo de billar incluso pagaba la factura de la luz con lo que recaudaba”, agrega.
Pero no todo es felicidad y facilidades para jugar. El primer gran obstáculo con el que se encuentran los hosteleros que desean unirse al juego es la propia normativa municipal, que considera al futbolín, los dardos y el billar máquinas de impacto sonoro y restringe su utilización al ocio nocturno. Es decir, sólo para pubs y discotecas.
Uno de los distribuidores de todo tipo de recreativos, que además regenta desde hace décadas un establecimiento, cree que eso ha repercutido negativamente en el número de jugadores jóvenes que practican de manera habitual o federada. “El futbolín y los dardos están aumentando, pero el billar está bajando como juego de bar, para pasar a ser una competición semiprofesional”, explica. “El billar se muere, como pasó con el de carambola, porque hay pocos sitios donde un padre pueda ir a jugar con su hijo, salvo el Circo de Artesanos o el Sporting Club Casino. Es una tradición que se está perdiendo”, lamenta.
Pasarlo bien de noche, en realidad, puede costar un euro. Y ligar cuestión de una carambola.