Aunque han formado parte del paisaje de la ciudad (no hay más que recordar que el primer rascacielos de España fue el edificio del Banco Pastor) los coruñeses parecen haber desarrollado una cierta fobia a las torres. Cada vez que se presenta un nuevo proyecto donde se intenta aprovechar la edificabilidad construyendo a lo alto, una asociación o una plataforma vecinal se moviliza para protestar o para exigir que se rebajen alturas. Labañou, O Ventorrillo y, ahora O Castrillón, son ejemplos claros de este fenómeno.
La última torre que se inauguró en A Coruña es la Torre Amura, en Someso, de 16 pisos y cincuenta metros de alto, en junio de este mismo año. Se levanta cerca del campus universitario de Elviña, y junto a la avenida de García Sabell, prácticamente aislada, lo que garantiza que no moleste a nadie, así que su construcción no molesta a nadie. Todo lo contrario que los vecinos de O Castrillón, que se han declarado muy preocupados de que se construyan torres de 17 plantas en el corazón de su barrio. Se trata de la API QA-28, denominada Parque de Oza.
Aunque reconocen aspectos positivos en el plan, como nuevas conexiones entre calles, creación de zonas verdes, o la prioridad peatonal en las calles, consideran que el convenio que firmará el Ayuntamiento con la promotora concede demasiada edificabilidad y que las torres provocarán un “tremendo impacto visual” así como una gran densidad de población para la que no existen los servicios apropiados.
A veces, estas protestas logran cambiar los proyectos: los vecinos de Labañou se movilizaron para protestar contra el proyecto de una torre en el polígono de As Percebeiras, en Labañou. El proyecto de As Percebeiras lleva cocinándose desde hace veinte años y empezó como una gran torre con el remate en forma de percebe, que le ganó el nombre. Los residentes de la avenida de Labañou temían que los nuevos edificios proyectaran sombra sobre los suyos y que les taparan las vistas al mar. La inmobiliaria Metrovacesa se mostró receptiva y rehizo el proyecto: las viviendas se redistribuyeron en torres de ocho alturas. El plan especial de Labañou se entregó en abril a la Concejalía de Urbanismo para que le diera el visto bueno y ahora la inmobiliaria está esperando el informe preceptivo.
Otro tanto ocurrió con el proyecto de urbanización del polígono residencial de San Pedro de Visma. La asociación de vecinos de O Ventorrillo presento en febrero de 2023 alegaciones porque los habitantes de este barrio serán “los grandes perjudicados”. El colectivo apuntaba especialmente a tres torres de veinte plantas que se levantarán al borde la calle Alcalde Jaime Hervada y por la razón de siempre: un “impacto visual negativo” y un “efecto sombra y penumbra”.
En cuanto a los expertos en urbanismo, los arquitectos, hay quienes apuntan que en A Coruña las torres son una seña de identidad herculina, sobre todo en lo que se refiere a los residenciales. En efecto, es muy común que los rascacielos se dediquen más a oficinas que a albergar viviendas, pero no es el caso de A Coruña. Los que están a favor de los rascacielos alegan que se convierten en elementos de referencia en el ‘skyline’ de la ciudad, y que una torre bien diseñada tiene sin duda un valor arquitectónico importante.
Todo coruñés conoce la Torre Hercón o Costa Rica, el edificio más alto de A Coruña, enclavado en el corazón de la ciudad. Pero hay otros muchos rascacielos distribuidos por el centro de la ciudad, como la Torre Esmerada, la Torre Golpe, o el edificio Trébol. Muchos de ellos tienen más de 70 metros de alto, mucho más de lo que se plantea actualmente y están perfectamente integrados.
En una ciudad con una gran escasez de terreno edificable y una alta demanda de vivienda, alegan, es lógico construir hacia arriba. Esto permite liberar suelo para infraestructuras, como zonas verdes o plazas. En cuanto a los problemas que supone la sombra que arrojan, se pueden minimizar con un buen diseño, evitando que tapen el sol a los edificios colindantes. “Uno de los criterios de sostenibilidad en el siglo XXI es ocupar el menor terreno posible. Lo que hay que hacer es pedagogía”, señalan. Al concentrar los pisos en unas torres evitan, precisamente, que se forme una barrera de bloques bajos que tapan la vista.
Por su parte, la presidenta de la delegación coruñesa del Colexio Oficial de Arquitectos de Galicia (COAG), Ruth Varela, se muestra totalmente en contra, y asegura que no solo comprende, sino que también comparte las preocupaciones de los vecinos de la zona de Oza-O Castrillón. Para Varela, si se propone un grupo de torres, es inevitable dejar en sombra a los edificios vecinos. “La gente se da cuenta porque no es la primera vez que pasa. El impacto no es solo visual, sino también en la intensidad de uso. Si metes tres torres de 17 pisos, metes más tráfico, por ejemplo”.
Para Varela, estas situaciones son “agresivas”, sobre todo en una ciudad con una densidad de población de las más altas de Europa. El espacio público en A Coruña es muy precario, sobre todo de calidad. Es lógico que las personas manifiesten su disgusto”. Y pone como ejemplo la ronda de Outeiro. “En algunos sitios no le da el sol en todo el día porque las alturas son excesivas”, apunta la delegada del COAG.
“Si a tu ventana no llega el sol vas a tener problemas de humedad y de frío, que te van a afectar a la salud y al bolsillo”, advierte la arquitecta. El hecho de que sea una parcela privada no quita que la administración deba equilibrar “los excesos de un urbanismo obsoleto que ha creado una ciudad desigual y con una muy mala calidad de vida”.
Varela apunta al problema del Plan General de Ordenación Municipal (PGOM) del 98, cuya edificabilidad considera una “auténtica salvajada” que vulnera la Ley del Suelo. Pero, como se suele decir, ‘hecha la ley, hecha la trampa’. El polígono del Parque de Europa es una API (Área de Planeamiento Integrado), como otra que se han integrado en el PGOM actual, el de 2013, como el de Visma. “Con este juego trilero, te vas al plan de 98, hacia atrás en el tiempo, de manera que todas las leyes que han bajado la edificabilidad, se pueden saltar”.
En A Coruña se sigue operando con un “mecanismo incomprensible” que permite operar con criterios propios de antes del estallido de la burbuja inmobiliaria. “Es absolutamente kamikaze”, alerta Varela.