Bienser

Esta semana, una vez más ha sido intensa en eventos, como si quisiéramos dejar todo listo antes de Semana Santa. Entre todos, destaco la primera tertulia de Voces Ocultas, un proyecto que lanzan Lucía González y Leticia Río, un lugar de encuentro para charlar despertando el pensamiento crítico, el aprendizaje y sobre todo la libertad y el respeto. Me escapo de lo empresarial y me voy al terreno más personal.


Hablamos de bienestar con la psicóloga Paula Sánchez. Si, abrimos un buen melón que oculta inquietudes muy diversas, se puede abordar desde distintos ángulos y, por supuesto, no tiene una única definición, aunque nos acojamos a de la OMS o al diccionario de la RAE.


Vivimos en tiempos donde el bienestar se ha convertido en una meta más. Se mide, se etiqueta, se publica (yo la primera, reconozco haber caído en la trampa digital). Parece que debemos estar bien —y demostrarlo— constantemente. Y cuando no lo conseguimos, el malestar se intensifica, como si no estar bien fuera también un fracaso. Transitamos entre la felicidad “producida” (me refiero a las producciones publicitarias) y la tristeza romantizada. 


El bienestar no tiene receta, no podemos ir a la farmacia y pedir “una fórmula magistral para una vida equilibrada”. Obsesionarse con ello, por el contrario, es la solución perfecta para no encontrarlo. El bienestar no puede ser una meta, es un proceso. ¿Fácil? Por supuesto que no, muchas veces duele.  Un proceso que, en no pocas ocasiones, nos lleva a mudar la piel. Decía Paula que, si superamos ese momento, la piel que llevamos por debajo es mucho más brillante. Está claro, es la piel más genuina, es la que nos conecta más allá del bienestar, con el BIENSER. 


Ahí está. Superar ese estado y viajar hacia nuestra identidad. Por supuesto que asusta. No siempre se trata de estar alegres o plenos. A veces es simplemente conectar con el silencio, no hacer, respirar, respirar sin culpa. Tener un espacio seguro donde poder decir: “hoy no estoy bien”, “hoy no quiero hacer nada”, “hoy simplemente quiero ser”. 


Observarnos, escucharnos, sentirnos, no desde el reflejo del espejo, o lo que es peor, las redes sociales, si no desde nuestra mirada hacia adentro, nuestra escucha interna, conectando de manera real con nuestro cuerpo. No para corregirnos, no para exigirnos. Solo para entendernos un poco mejor. Para atender eso que nos duele y no hemos querido mirar. Para validar nuestras emociones, incluso las incómodas, incluso las que preferimos esconder.


El bienser, como esas voces que a veces callamos, tiene más que ver con el permiso que con el logro. No es una línea de llegada, sino un camino que va cambiando a medida que lo recorremos. Algunos días es movimiento, otros es quietud. A veces es rodearnos de personas, otras, conectar con la soledad. A veces es conversación, otras, silencio. Y aunque haya toda una industria construida alrededor del bienestar —libros, rutinas, retos, agendas, gurús—, lo cierto es que ninguna fórmula externa sustituye lo que cada persona aprende a reconocer dentro. Porque cada cuerpo, cada historia, cada ritmo, necesita cosas distintas. Y respetarlo es el primer acto de cuidado.


Desde el espacio íntimo, podemos acudir al espacio común, a la comunidad, a la tribu. 

 
Conectar con la calma sabiendo, como dice este proverbio chino que rescato de mi cuaderno de notas, que: “La tensión es quien crees que deberías ser. La relajación es quién eres.”

Bienser

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