Existen dos máximas incuestionables en cuestiones de migración: casi nadie abandona su hogar por gusto (a no ser que se busque un crecimiento laboral) y detrás de esa aventura existen motivos de peso que también viajan dentro de la mochila. Si a eso le unimos que A Coruña presume desde mediados del siglo pasado de ser la ciudad en la que nadie es forastero queda abonado el campo para una multiculturalidad que cada vez se ha vuelto más reivindicativa. Mejor dicho, queda abonado el que Francisco Vázquez dio en llamar el “jardín de todos los coruñeses”.
El Obelisco merece ser considerado el Speakers’ Corner herculino, ya que guarda un buen puñado de similitudes con el icónico emplazamiento del ‘free speech’ londinense: ambos se sitúan en el corazón de la ciudad (el británico abarca desde Marble Arch hasta Hyde Park), tienen un pulmón verde alrededor y han hecho de la protesta o la manifestación algo tan rutinario e icónico que nadie se extraña, por muy bizarro que sean el motivo o la manera de representar la queja.
Sucedió el pasado sábado, en una escena propia de un sketch de los Monty Python: los defensores del traslado de los murales de Urbano Lugrís optaron por el surrealismo para obtener visibilidad y caracterizaron sus paraguas de motivos pictóricos, por lo que convirtieron las faldas del Obelisco en un gran taller de pintura. Mientras todo estaba listo, la asociación O Mural, con Xurxo Souto a la cabeza, versionaba a The Pogues y otros clásicos caracola en mano. Al mismo tiempo, unos cuantos metros hacia el edificio de la ONCE, AGA Ucraína volvía a exigir a Putin su retirada del Donbas. Además, unos pocos venezolanos aún mantenían la fe en que Maduro les escuchase y reivindicaban a Edmundo González como presidente. Como una especie de glorieta, en medio de todos ellos, un artista callejero caracterizado de Predator asustaba a quienes le dejaban una propina. Diferentes maneras de intentar alcanzar objetivos, con el denominador común, en cierta manera, de la búsqueda de la utopía.
No se trata ni mucho menos de una novedad o una tendencia. El Obelisco, punto cero de la ciudad y para muchos simplemente “el centro”, ha sido también escenario de multitud de delegaciones coruñesas de protestas nacionales. Desde el 15-M al Día de la Mujer, que tiene precisamente en ese punto la casilla de salida en dirección a la plaza de Tabacos.
Pero si hay algo de lo que los coruñeses pueden sacar pecho, y de lo que se han empapado los que han venido a integrarse en la ciudad, es de ese carácter liberal, abierto y civilizado que caracteriza las protestas de todo tipo. Ni los más viejos del lugar recuerdan una concentración en la que se vieran comprometidas la seguridad o la integridad de los presentes. Ni tampoco de los discrepantes.
En su día, Francisco Vázquez dijo que quería unir los Cantones en forma de bulevar parisino. Lo cierto es que la ciudad se ha quedado con lo mejor del carácter de las dos grandes capitales europeas, pero sin renunciar a su muy coruñesa manera de ser.