El ojo público | Los creadores de sombras

Si fuésemos funcionarios tendríamos un manual de buenas prácticas. Pero no. Somos fotógrafos. Lo más parecido a un manual que hemos visto a lo largo de nuestras dispersas existencias, es una carta de vinos. Baratos, como es natural
El ojo público | Los creadores de sombras
Fotografía: Quintana

En la guía de los Inspectores de Hacienda de los EEUU existe un epígrafe que hace referencia y que desarrolla con sumo detalle y precisión, cómo ha de actuar un funcionario del Tesoro Federal para recaudar impuestos tras un holocausto nuclear. Creo que eso es optimismo. O quizás sólo estupidez.


Suele ocurrir que difícilmente logro distinguir una cosa de otra.


Así que para muestra un botón. Porque allí estoy yo, plantado como un estúpido. Muy quieto, sólido, inmutable, más quieto que la mirada de un gato. En el medio y medio de la calle. 


De un hervidero.


Vuelan botellas, pelotas de goma, bengalas, piedras, gritos, insultos y palos. Hay cierta armonía en todo. Casi belleza.


Siempre me quedo embobado contemplando la delicadeza inabarcable del caos.


Entonces alguien menos imbécil que yo, rompe la magia, reacciona, me agarra, me conduce y me arrastra tras un coche para ponerme a salvo. Nos agachamos y apoyamos la espalda en la chapa del vehículo buscando cobertura. Hace un gesto con la palma de su mano indicando que lo mejor es esperar un instante. Supongo que lo destacable, visto la coyuntura, es aparentar que al menos tenemos una remota idea de lo que estamos haciendo. La pantalla LCD de su cámara ilumina con sutileza su rostro mientras comprueba jadeante las fotografías que ha logrado hacer, y me comenta que se ha caído por unas escaleras y que puede que tenga la rodilla rota. Me encojo de hombros y le digo que yo no soy médico, pero que siempre habría creído que los fotógrafos de La Voz eran invulnerables a cualquier tipo de daño. 


Responde con un supuesto ademán de sonrisa, y lo hace justo en el mismo instante en el que dos pelotas de goma golpean el techo del Seat Ibiza, que no tiene culpa de nada, aunque eso, en la vida, en el amor y aún menos en fotografía, nunca ha importado demasiado.


Dicho lo cual, al galope también y con cara de mucho susto se une al grupo de intrépidos reporteros, a la improvisada trinchera urbana, más competencia. Esta vez es el fotógrafo de la Opi.


“Bueno, ya estamos todos juntos. Podemos hacer la “Hoja del Lunes”, dejo caer. Pero nadie se ríe porque cuadra que en ese instante tenemos miedo. Porque hay ocasiones en que los fotoperiodistas, con independencia del medio de comunicación en el que trabajemos, tenemos miedo. Bueno, los de El Ideal Gallego jamás. No lo conocemos. Somos así. Tomen nota.


Y por si acaso lo dicho eso es mentira, una botella impacta en el suelo y nos salpica con una lluvia de cristales. Dudo por un momento. Las detonaciones de las escopetas de los antidisturbios iluminan como relámpagos la avenida, pero lo hacen sólo durante un lapso, que nos sobrecoge, nos sitúa y nos transmite una templada sensación de irrealidad. Después la oscuridad, de golpe, nos envuelve y nos rodea de nuevo.


Hablaba de la guía de Inspectores de Hacienda de los EEUU antes de verme involucrado en esta situación. Así que me remito de nuevo a ella. En dicho manual, hay una frase que reza así: “el poder de los proyectiles atómicos es limitado, así que sus probabilidades de sobrevivir son más altas de lo que espera” La recuerdo y me entra un ataque de risa. La estupidez atómica también existe.


Así que me levanto, huyo del parapeto y echo a correr hacia un tumulto en el que apenas soy capaz de vislumbrar nada. Pero bueno, tengo una cámara, un flash y la estupidez atómica de mi lado. ¿Qué demonios podría salir mal?


Disparo a ciegas a la vez que encojo el cuello de manera inconsciente, asumiendo la inevitabilidad de un porrazo, de una pedrada o un botellazo. Si quisiese ser normal me haría funcionario. Pero decidí ser un tarado. Y en esas estamos, ejerciendo.


A ocho imágenes por segundo el obturador echa humo. Lo malo del asunto, es que en otro abrir y cerrar de ojos, la competencia, los otros, mis compañeros y quizás mis amigos están ya a mi lado.


Hombro con hombro. Malditos chiflados. ¿Es que no os gustaba el coche?


Así que recapitulemos. Ante nosotros, ante nuestros ojos, nuestros objetivos y nuestras cámaras, y gracias a ello para siempre, los antidisturbios desatan sus porras, sus golpes y su monopolio legal de la violencia, y los del otro lado, de manera un tanto más ilegal, sus puños, y sus palos, sus patadas y lo que haga falta. Que la cosa va de repartir bien y de manera equitativa. El caos es justo. Así que le hacemos justicia con nuestras fotos. 


Y tras la tempestad, al día siguiente llegarán los periódicos a los bares. Y ese modo ustedes podrán leer el principio, el desarrollo y el desenlace de esta historia. Y de otras tantas. Y también podrán verla. Gracias a la estupidez atómica. A veces las probabilidades de sobrevivir, son más altas de lo esperado. 

El ojo público | Los creadores de sombras

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