El úndécimo panel de la exposición ‘Las edades de los Cantones’, organizada por El Ideal Gallego, explica cómo algunos de los lugares que todavía permanecen en el imaginario colectivo tienen que ver con los cafés, esos grandes espacios de tertulia y reunión que, en los Cantones y durante la década de los 60, se sucedían con personalidad propia.
En ese tiempo, el Cantón Grande sigue conservando un sabor tradicional: el del café. Superados los tiempos de la cascarilla, los coruñeses acuden al centro de la ciudad y llenan las terrazas, y los interiores, de cafeterías con solera. Hay donde elegir. Tras el Obelisco, en el bajo del Hotel Palas, el Café Oriental. Abierto en 1885 por unos italianos, cerrará en 1966.
Ya en el Cantón Grande, el Café Bar Alcázar, encima del cual se sitúa en estos años 60 la peluquería Victoriano, de Victoriano Sande, quien aprendió el oficio de su predecesor en ese local, el muy popular Manuel Espín. El local hostelero, fundado en los años 30, desaparecerá en 1979.
El periodista Alejandro Barreiro, quien pronosticó un futuro de gloria a Picasso cuando era niño, o el comediógrafo Adolfo Torrado, que escribió sentado en sus mesas La Papirusa, figuran entre sus habituales. Su terraza es, en palabras del historiador Carlos Fernández, “más proletaria” que la del Café Galicia, situado en la esquina con Santa Catalina y que frecuentan intelectuales como Wenceslao Fernández Flórez, Urbano Lugrís o Rey de Viana y en el que no falla Perico Chicote cuando viene de visita. Abierto en 1925, este establecimiento desaparecerá en 1979, mismo año en el que Adolfo Suárez se acomodó en sus sillas.
Fuera de los Cantones se encuentra, aunque su nombre indique lo contrario, otro clásico, el Cantón Bar, abierto en la plaza de Mina a comienzos de los 30 y que tras más de sesenta años al servicio de la ciudad cerrará sus puertas en 1996 para dar paso a Loewe.