“Por aquí pasaron 300 personas, parecían 1000: muchos estaban borrachos y se subieron al escenario dos chicos que no saben cantar y dos chicas que no le apuntan, con un guitarrista que estaba desafinado”. Así comienzo Pedro Otero el relato de la última hoja de servicio en el Tío Ovidio, el templo de la mediana edad y la marcha tranquila que él mismo creó hace 28 años.
El último baile del Tío Ovidio comenzó a mediodía y se extendió hasta entrada la madrugada. A las 14.00 horas ya no cabía un alfiler en un local donde las mesas y las sillas han tenido un rol fundamental. Tanto la zona de barra como la de juegos, donde en su día hubo un billar y se mantenía activa la máquina de dardos, estaban completas. Llegaban muchos, pero eran pocos o ninguno los que querían irse. Pedro Otero tiene algo especial, una magnánime por unanimidad. Cada uno de ellos tuvo su última de esas grandes conversaciones, al menos con Pedro a ese lado de la barra.
Es cierto que el Tío Ovidio no echa la verja y que le espera un futuro con una renovada propiedad. Pero, al menos hasta acostumbrarse a lo nuevo, la sensación es como ver a Queen sin Freddie Mercury: la banda está muy bien, pero falta el alma.
Sin embargo, a pesar de que era una despedida, poco o nada hizo intuir eso a lo largo del día.
El dominó, los dardos y la música en directo funcionaron como normalmente, mientras que ese placer que es una copa servida y cocinada a fuego lento, se pudo disfrutar hasta el último segundo.
La comunidad del Tío Ovidio dice que será fiel. De hecho, Pedro Otero asesorará en sus primeros pasos a la nueva gerencia. De momento, el nombre permanece en el anominato, pero experiencia no le falta, según ha podido saber este diario. Cientos de fans le desean toda la suerte del mundo y, sobre todo, que no cambie nada.