Perico Vasco | “Rosalía Mera me llevó en un descapotable a mi boda”

Lleva treinta años “en el barrio independiente de Monelos”, pero es un coruñés del Campo de Marte que siempre se sintió fronterizo, entre los de Monte Alto y los de la parte baja de la ciudad
Perico Vasco | “Rosalía Mera me llevó en un descapotable a mi boda”
Perico Vasco, junto a la escultura de Mon Vasco, en los jardines de Mendez Núñez | Javier Alborés

Ecologista patrimonial y cultural. Así se define Perico Vasco (A Coruña, 1956), que vivió sus primeros años en el Campo de Marte, un espacio que le hizo sentirse, de alguna manera, “fronterizo”. “Para los de Monte Alto, era un niño pijo y para mis compañeros de la Academia Galicia era todo lo contrario”, explica.   

  
Su vida entera gira en torno al arte, con dos referentes: su tío anticuario y su primo escultor, aunque de todos aprendió algo. Cita a “Gerardo Porto, Lugrís Vadillo, de Kaydeda, que está olvidado, y Antonio Tenreiro Brochón, el hijo del que hizo el Banco Pastor”. El arte le llevó también a tratar con personajes de todo tipo, como Rosalía Mera, y le permitió conocer a la que hoy es su mujer, gracias a una exposición sobre Picasso.

 

Perico, Pedro... ¿Cómo prefiere que le llamen? 
Pedro Luis Ricardo Ramón Vasco Conde, ese es el nombre.

 

Pero todo el mundo le llama Perico...  
Fíjate, que de Pedro Luis Ricardo Ramón quedé en Perico. En mi familia había tres o cuatro ‘pedros’ y a mí me tocó Perico.

 

¿Nacido en? 
En el Modelo. No nací en casa por un año o dos, porque antes se nacía en casa. Y viví toda mi vida en el Campo de Marte. Hasta que me fui a estudiar Medicina a Santiago.

 

¿Y cómo, en ese mundo rodeado de arte en que vivía, termina estudiando Medicina? 
Pues porque mi tío el anticuario, Félix Torija, también había estudiado Medicina, y por eso de ayudar a la gente, que después lo llevé a ayudar a los artistas. Sobre todo, conociendo y viendo la necesidad de los artistas en mi primo Mon Vasco que es, con mi tío, uno de mis grandes referentes. Hacer arte contemporáneo, en A Coruña, en los años que lo hacían ellos... era una penuria. Recuerdo que mi tío presentaba a todos sus hijos y de él decía: “Bueno, y este es artista”.

 

Como pidiendo perdón. 
Sí, como diciendo: “Vaya cruz me tocó” (risas). 

Y entonces se va a estudiar Medicina a Santiago... 
Sí, hasta tercero. No acabé porque era un alumno de cinco pelado. Y dije: voy a estar aquí seis o siete años, no apruebo el MIR, no era hijo de médico... Mi tío el anticuario sufre como un alzheimer muy rápido, cuando yo ya tenía veintitantos años, y me vengo a hacerme cargo de Galerías Goya, que fue la primera tienda de antigüedades de Galicia, durante cinco años. Y ahí después ya me meto en una aventura con mi primo y otros dos socios, y montamos la galería Finisterrae, en la calle Juan Canalejo. Mi primo siempre me lo decía: “El negocio no está en las antigüedades, está en el arte contemporáneo”. Y yo le decía: “¿Cómo va a valer una piedra lo mismo que una talla gótica o un cuadro de Sotomayor?” Fue la primera galería coruñesa que acudió a ARCO. Cuando el Kiosco Alfonso se inaugura, no sabían muy bien qué hacer con él. Se ponen en negociaciones con la galería y nos dejan que lo llevemos López Calvo y yo a partir de 1985. Después estuve vinculado a la Concejalía de Cultura durante 30 años. Mi vida siempre giró en torno al arte: gestión, promoción y activismo cultural.

 

Y todavía sigue con el activismo cultural... 
Después de lo que aprendí, y ya jubilado, decidí convertirme en una especie de forense del arte y me dedico a los muertos.

 

¿Y eso qué quiere decir? 
Los artistas vivos ya se defienden ellos pero de los muertos todo el mundo se olvida, el mercado no es muy proclive... Desde que estoy jubilado hice el comisariado de la exposición de Cabanas, el año pasado hice Peteiro...

 

Todo en su vida transcurre a través del arte. 
A mi mujer la conocí precisamente en el Kiosco Alfonso, en el año 91, enseñándole una exposición de Picasso. 


¿Cómo fue eso? 
Me la presentó una amiga común. Yo me pasaba mañana y tarde trabajando allí y mi amiga llegó y nos presentó. Y, claro, ella no entendía mucho de lo que veía y yo dije: “Esta es la mía”. Iba explicando Picasso y, de paso, iba metiendo cuñas publicitarias para ligar. Y ahí la pillé (risas).

 

¿Por qué ha elegido ese rincón para hacer la foto? 
Yo tengo dos referentes en mi vida: mi tío el anticuario, y mi primo Mon Vasco, que era como el hermano que no tuve y la persona que me encauzó para dedicarme al activismo y a la gestión cultural. Murió de problemas de corazón, relativamente joven. Castro Beiras le dio seis años y duró justo eso. Mon para mí, aparte de aclararme ideas y de ayudarme a vivir de verdad el arte contemporáneo, fue el que me metió en su mundo. Me llevaba al Casa Enrique y allí me encontraba con Abelenda, con Tenreiro, con Cabanas, con Correa, con Xoti de Luis...

 

¿Cuál es su primer recuerdo de A Coruña? 
Pues el Campo de Marte, el jardín, el Orzán... la calle San Andrés, los Cantones. Yo he vivido en casi todos lados. En el Campo de Marte, en los Cantones, en Cuatro Caminos, Sagrada Familia, Labañou, en Orillamar y en la plaza de España. Y en el barrio independiente de Monelos, donde llevo treinta años, pero para la gente de allí sigo siendo de Monte Alto.

 

¿Qué echa de menos cuando no está aquí? 
Aparte del mar, el clima.


¿En serio? 
Cuando hicimos la exposición de Álvaro Cebreiro, recuerdo que tenía un cartel magnífico que reproduce este lema: “La Coruña, el mejor clima de España”. En verano, duermes con la mantita... ¿Que llueve un poquito? Bueno. Y Antonio Tenreiro decía: “Donde estén estos cielos grises...”. El cielo gris matiza los colores de otra manera. Todos los colores filtrados por una gama de grises se atenúan.

 

¿Qué le hace sentirse orgulloso de su ciudad? 
A mí, todo. El carácter que tenemos, el lugar geográfico en el que estamos, la historia... todo.

 

¿Y qué es lo que no le gusta? 
No me gustan algunas zonas arquitectónicamente hablando, que las destrozaron.

 

Cuénteme esa anécdota suya con Rosalía Mera...
Estaba liquidando Galerías Goya y vino con Pepita, la hermana de Amancio, a ver si había algo. La conocí ahí. Fue muy gracioso porque yo le hacía la pelota a Pepita y me dice Rosalía: “Deja de hacerle la pelota a esta que la de la pasta soy yo”. A ella siempre le gustó mucho el mundillo del artisteo. Era una mujer feminista, de izquierdas, muy franca, con valores... Vi como ponía en su sitio a grandes varones. Iba con ella a ARCO, veíamos exposiciones juntos y fruto de esa relación se ofreció a llevarme a mi boda.  

 

¿Y cómo llegó a la boda?
Ella tenía un Volkswagen escarabajo descapotable, me vino a buscar a casa y me llevó hasta allí. Nos casó Sacristán en Culleredo y  me dijo: “Si te casas tal día, tienes todo montado”, porque iba a haber una fiesta el día anterior. Y así lo hicimos. 

 

PREGUNTAS CASCARILLEIRAS

¿Prefiere los churros de Bonilla o los del Timón?
De los dos. Los de Bonilla me los como de uno en uno y los del Timón los tengo que comer de dos en dos, porque son más finitos.

 

¿Jardines de Méndez Núñez o monte de San Pedro?
Ahí tengo intereses encontrados. La estética del monte de San Pedro me gusta, pero me gusta más la de la Torre de Hércules, con esos acantilados, ese mar bravo, la intensidad del mar, esos colores cuando se pone el sol... Estás viendo a Turner y la época rosa de Picasso, que posiblemente le haya influido.

 

Para tomar algo, ¿calle de la Estrella o calle de la Barrera?
Las dos, porque son continuadas. Te pones a tomar unos vinos y empiezas en una y acabas en la otra.

 

¿Bebe agua de Emalcsa o agua embotellada?
Del grifo puro y duro, yo siempre bebí agua del grifo, así que de Emalcsa.

 

Para ir a la playa, ¿cuál elige, la de Riazor o de la del Orzán?
Orzán. Bajaba del Campo de Marte en bañador, con la toalla, y teníamos unas rocas que hay entre el Matadero y el comienzo del Orzán. Desde el mes de junio hasta septiembre, lloviera o no, allí estábamos.

 

¿Suele recorrer la ciudad a pie o más bien motorizado?
Yo no tengo carné de conducir. Mi mujer siempre me lo dice: “Qué bien te vine de choferesa”. Tuve la suerte de que todos mis amigos esperaban a tener los 18 para sacar el carné y se pirraban por llevarme. En eso siempre fui un privilegiado. Y por eso voy siempre andando a todos los lados.

 

¿Helados tradicionales como los de la Colón o sabores más modernos?
Los de la Colón de toda la vida. Es más, recuerdo una heladería que había debajo de la casa de mis tíos, en los Cantones, la Ibense. Me acuerdo de esa y de la Colón. Es más, todas las navidades los compramos allí.

 

¿Es más de un concierto en el Coliseum o de una verbena?
Yo soy más bien de conciertos, no ya en el Coliseum sino incluso, no sé, en el Palacio de los Deportes. Sin embargo, mi mujer es más de verbenas así que... fifty-fifty.

 

Si tuviera que elegir solo uno, ¿Carnaval o San Juan?
San Juan, por muchos motivos. Recuerdo que conocí a mi mujer en el mes de junio y la llevé a saltar las ‘lumeiradas’. Tengo una conexión muy grande con San Juan. El Carnaval menos porque el Carnaval que yo viví, en los años 60, tenía matices políticos. Los choqueiros corrían, venían los grises, la gente los metía en las casas...

 

¿Dice más chorbo o neno?
Neno. Cuando marcabas un gol jugando al fútbol siempre decíamos: “Neno, que grelo tes!”. Así que lo digo más que chorbo. 

Perico Vasco | “Rosalía Mera me llevó en un descapotable a mi boda”

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